Nosotros los hombres verdes
Mi oficio no tiene nombre. No puedo decir que soy “caricaturista” por que no sé hacer caricaturas propiamente dichas. No puedo decir que soy “cartonista” por que esta palabra-bastante fea- viene del inglés cartoon y-otra vez-no indica exactamente lo que yo hago.
Yo hago textos ilustrados. La gente les llama “cartones” pero para definir mi profesión a mí me gustaría decir que soy dibujante.
Dibujar para mí es un constante tic nervioso. Comencé a dibujar desde que era niño y lo he seguido haciendo durante todos los días -casi todas las horas- de mi vida. Dibujo cuando estoy solo y cuando estoy acompañado. Dibujo cuando hablo por teléfono y dibujo cuando, en los restaurantes, converso con una persona. Para mí es más fácil explicar algo si me auxilio con el dibujo. Cuando- como a muchas otras personas- alguien me ha preguntado qué me gustaría ser si volviera a nacer , yo he contestado que me gustaría volver a ser dibujante, sólo que mejor de lo que soy. Dibujar es un placer que pocos conocemos.
Es un arma secreta que equivale a hablar otro idioma. Un idioma que sólo dominan unos pocos privilegiados. De 5 mil millones de seres humanos que pueblan la Tierra, los dibujantes no llegamos a cien mil. Los que nacimos con esa bendición, con la facilidad de dibujar, no tenemos por qué preocuparnos en la vida. Nunca nos va a faltar nada. Somos como la mujer barbada; como el hombre de color verde. O sea, somos diferentes. Un hombre verde siempre podrá trabajar en los circos valido solamente de su color, sin necesidad de ser ni maromero, ni equilibrista, ni hombre bala. La gente lo verá siempre con curiosidad, con admiración. Y es que hombres verdes no hay muchos. (…)
Yo soy dibujante pero comencé admirando-amando-a muchos otros dibujantes. Cuando siendo muy joven llegué por primera vez a Nueva York, mi ídolo era Miguel Covarrubias, a quien jamás conocí. Seguía su trabajo en libros y publicaciones y sólo deseaba ser como él.
Muchos años después supe que otros hombres verdes, los norteamericanos Hirschfeld y Steinberg admiraban también a Covarrubias. Tampoco conozco Hirschfeld ni a Steinberg, pero se que por eso son mis hermanos (…) Milan Kundera dice que hay muchos hombres que padecen grafomanía, es decir, que no pueden contener la compulsión por escribir o dibujar.
Yo confieso que soy uno de ellos. A veces mi alma se calma y hasta desaparece parcialmente, pero luego vuelvo a ser compulsivo. Todo lo que veo lo dibujo o lo escribo y lo que escribo me lleva, invariablemente, a escribir cosas que yo no veo; cosas que sólo imagino. Estas son, generalmente, las más bellas, pues son mentiras, y como he dicho, las mentiras son más hermosas que la verdad.